jueves, 9 de marzo de 2017

a propósito del no


sí a la vida, si a la ligereza, sí a la seducción, sí al amor, sí a mí misma

Nein.

En este mundo que parece salvarse del Apocalipsis por algún milagro a cada segundo, en el que todos los sistemas exploran nuevas fronteras en los abismos, nuestra cultura (la cultura pop mayoritaria, por lo menos) parece más ansiosa que nunca en demostrarnos la belleza del día a día, aceptar todas las sensaciones que se nos ofrecen, salir a la calle y, ya que estamos, comprar alguna cosa.

La canción de los Punsetes que dice aquello de "no hay mejor propósito que no tener ningún propósito [...] qué puede ser mejor que estarse quieto" ("John Cage", en homenaje al gran profeta de la negación) es, al mismo tiempo, opuesta y totalmente complementaria de una película como La La Land, un éxito mayúsculo de crítica y, sobre todo, público que trata esencialmente de la necesidad de hacer grandes sacrificios en pos de alguna clase de ideal artístico. La La Land es, quizás, el elogio de la afirmación, de la necesidad de hacer cosas y que te pasen cosas más obvio del cine reciente pero no es, de ninguna manera, aislado: las aventuras y las pasiones que vemos en las películas y los métodos utilizados para transmitirlo son cada vez más violentos y apabullantes, hasta el punto que desde hace unos años (posiblemente desde Avatar) se habla de determinado cine como "experiencia" más que como simples películas, porque ya no basta con la distracción o el estímulo sino que se ha creado una necesidad por vivir lo que pasa en las ficciones. Una corriente que no sé si entender como reacción lógica o como actitud cultural esquizofrénica de un mundo en el que realmente parece que cada vez se quiere hacer menos cosas y en el que cada vez estamos más tristes.

"No trabajéis nunca", grafiti atribuido a Guy Debord

Este gusto por el exceso y por lo sensorial, en principio propio del escapismo que beneficiaría a los ricos y poderosos ha sido asimilada a la perfección por corrientes, a priori, más revolucionarias, de forma que el discurso político ha pasado del plano intelecutal al emocional. Nos insistieron en que el cambio era una cuestión de salir de casa muy enfadados e indignarnos con ganas, pero comprobamos día a día el fracaso de esos planteamientos y asistimos a la progresiva aceptación de determinados arrebatos de ira ciudadana (y su nimia repercusión legislativa) como una parte más del panorama político diario: la revolución ya no es revolucionaria (como decía Guy Debord de forma bellísima en su película-manifiesto en contra de las cosas Aullidos en favor de Sade "estábamos preparados para hacer saltar los puentes pero los puentes nos han fallado").

Certain Women (Kelly Reichardt, 2016)

Precisamente por estas cosas aprecio, valoro y hasta admiro planteamientos que se salen de líneas narrativas establecidas. En su canción Nein, al trapero austriaco Yung Hurn se le plantean diversas preguntas que le llevarían fácilmente a aventuras amorosas o intensos intercambios de droga, pero el artista decide separarse de todas estas puertas abiertas que le conducirían a los códigos más comunes en el hip hop con un escueto "no". Por volver al cine, un medio en el que se celebra mucho que todo pase por alguna razón y que una escena lleve de forma irremediable a la otra, estamos viendo últimamente rupturas en la línea narrativa en películas, por lo demás, totalmente convencionales y apología de hacer cosas costosísimas sin ninguna clase de beneficio aparente (una técnica a la que a mí me gusta llamar "hacer el tonto"). Una de mis escenas favoritas del cine favorito de este siglo es el viaje a París que realiza la protagonista en Frances Ha en busca de alguna clase de revelación existencial que termina siendo un fin de semana extremadamente caro sola en una ciudad extranjera que no comprende. El clímax de una de las historias que componen Certain Women, la película reciente en la que más me encuentro pensando, consiste en un viaje de ocho horas en coche que hace una chica en busca de otra de la que se ha enamorado y a la que no tiene por qué ver más nunca. Una vez allí, le dice que que le apetecía verla otra vez y, con las mismas, coge el coche y se marcha. A veces no hace falta conseguir a la chica, a veces no hace falta ganar.


Estos desafíos narrativos (que tienen, aunque sutil, una naturaleza política también) pueden plantearse también en el mundo del puro activismo. El mismo día en el que un hombre encapuchado golpeaba por sorpresa al supremacista blanco Richard Spencer, volviendo a las mismas viejas dinámicas de violencia (de forma más o menos justificada o más o menos comprensible, pero definitivamente con escasas opciones de éxito) pudimos ver a una mujer negra tomando otro camino: tocar la flauta y golpear unas latas contra el suelo, un camino que, por inesperado e inaudito, nadie puede asimilar ni modificar su mensaje. Hay muchas maneras de luchar o deslegitimar a alguien que pega un puñetazo pero no se han desarrollado códigos capaces de asimilar esta clase de protesta. Eso también es bonito.