jueves, 28 de abril de 2016

a propósito de los twits de Javier Olivares


Cuando estrenaron El ministerio del tiempo, en febrero del 2015, parecía que si eras un aficionado a los viajes en el tiempo, las aventuras y la historia y te gustaba la televisión como medio para contar historias (o si, directamente, eras fan de Doctor Who) había que verla como una especie de militancia. Los espectadores españoles nos vemos obligados en varias ocasiones a consumir determinados productos de limitada calidad por ver si así se hacen más, a mí me suele pasar con las series que parecen tener una factura similar a la de la BBC y las películas de ciencia ficción patrias; esto me ha hecho ver cosas que quedan tan lejos de mí como Víctor Ros o EVA. El ministerio del tiempo, sin embargo, pareció fascinar rápidamente a un determinado sector del público que no suele verse respetado por la televisión nacional, incluyéndome yo mismo. Con sus numerosos defectos (personalmente, la duración de 70 minutos me parece excesiva), la serie nos ha dejado unos personajes interesantes, algunos capítulos brillantes como el de la Generación del 27 o -especialmente- el dedicado al Cid y unas posibilidades casi ilimitadas para el futuro próximo.

Sin embargo, el fandom es el fandom y, como en aquel capítulo de Futurama, a ningún fan le gusta que el statu quo cambie. La última temporada de El ministerio del tiempo se ha encontrado con la despedida y posterior regreso del protagonista original, siendo sustituido por Hugo Silva, tan guapo que es capaz de hacer temblar el OTP más canónico hasta la fecha, además de un parón más o menos inesperado, según a quién preguntes, que interrumpió la emisión en un momento supuestamente interesante (no estoy muy metido en la comunidad pero para mí iba precedido de los peores capítulos hasta la fecha). Todo esto ha provocado múltiples quejas de la comunidad por las redes sociales (la presencia en Internet de los ministéricos era, irónicamente, algo de lo que se sentían muy orgullosos en Televisión Española) y una polémica respuesta pormenorizada del cocreador y showrunner, Javier Olivares.

En Indie Game: The Movie, el documental sobre el desarrollo de videojuegos "alternativos", se dedicaba una gran porción del tiempo a la historia de Jonathan Blow. Blow había desarrollado Braid en 2008, con una gran ovación de crítica y público y convirtiéndose en una especie de profeta del indie. Sin embargo, a Jonathan Blow no le parecía que la gente estuviese pillando el juego, le daba la impresión de que lo valoraban por las razones equivocadas y dedicaba su tiempo libre y su salud a entrar en foros y corregir a sus propios fans sobre el juego que tanto les estaba gustando. Pronto, por como son las cosas, la gente empezó a meterse con Braid esperando a que su desarrollador apareciese y se volviese loco. Jonathan Blow había pasado de ser un genio para ser una broma.

Creo que en esa deshumanización radica la clave aquí. Yo mismo, y no me siento particularmente orgulloso, realicé una crítica (completamente honesta) en twitter sobre el último episodio con cierta esperanza de que Olivares me respondiese y hacer esta entrada algo mucho más interesante. Yo JAMÁS le diría a algún creador a la cara que su obra no me gusta, me parecen terribles los periódicos abucheos en el Festival de Cannes, pero escribí eso a sabiendas de que él estaba buscando twits con esas palabras. Para mí, Javier Olivares había dejado de ser una persona real, con algún posible complejo que le obliga a mirar lo que completos desconocidos dicen de su serie, para ser otra cosa.

Por un lado entiendo perfectamente, y comparto su actitud, a la gente que comenta en las redes lo que hace, lo que ve y lo que opina pero también soy capaz de entender a alguien que ha defendido un producto que, honestamente, no se parece demasiado a ningún otra cosa que se esté haciendo en España y al que no le agradan las críticas de gente que no tiene ni idea (¿cómo podría?, por otro lado) de las dificultades que se han encontrado en el proceso. Supongo que estamos siendo pioneros en esta clase de dilemas sobre educación y contrato social y todavía no podemos hacer un juicio claro.

miércoles, 20 de abril de 2016

a propósito de la falsedad que puede nacer del acto de lavarse las manos


Cuando en 2012 pasé unas semanas en Inglaterra -algo que entre mi círculo de adolescentes de clase media-alta, estudiantes en colegio privado-concertado y habitantes de la zona norte de Murcia era casi una tradición o un rito iniciático- me ubicaron en la academia a la que asistí en una clase con gente adulta, jóvenes metropolitanos que recientemente habían terminado sus carreras en el mundo de las humanidades o la economía (dos modelos de personalidad fácilmente identificables) y querían ponerse al ritmo del siglo XXI con un inglés británico adecuado para el aterrador mundo laboral. Ante esta situación, mi adolescente psique se vio altamente presionada por no quedar como un niño, un ignorante o un gilipollas delante de esas personas (algunas de las cuales eran, en los momentos más febriles de mis fantasías, posibles objetivos amorosos), lo que me llevó a numerosas situaciones sociales incómodas fruto del "intentarlo demasiado" sobre el que tanto nos ha advertido la ficción sobre adolescentes.

Al segundo día de estar ahí me ausenté del aula en un intercambio para ir al baño y orinar, con tan poco cuidado que mojé levemente (pero de forma completamente visible) la parte baja de la camiseta. Para intentar disimularlo, al lavarme las manos me sequé en la ropa, de forma que la orina quedaba disimulada entre el resto del agua que había mojado mi camiseta (pensando en ello me sale solo definir esta estrategia como "la típica", pero nunca he hablado de esto con nadie, no tengo ni idea de si es una idea inventada por mí o si es de dominio público, como indica su absoluta sencillez). Estuve bastante pendiente a la vuelta del baño y juraría que nadie se dio cuenta de la jugada que había hecho, no hablemos de decirme algo, pero aún así mi agonía psicótica estaba lejos de terminar. A partir de entonces cada vez que iba al baño me veía obligado a volver a usar la camiseta como toalla, independientemente de mi puntería, como si quisiese mostrar que era una persona completamente normal pero con un defecto motriz a la hora de lavarme las manos. Sentía que si de repente mi camiseta salía completamente seca del baño una alarma saltaría en la mente de mis compañeros diciendo "se meó aquel día".

Más allá de estas situaciones, mi estancia en las Islas fue casi demasiado placentera, aunque confieso que todavía hoy pienso en que ya no tengo que pasar por ese estrés y resoplo de tranquilidad. Sin embargo, la pesadilla está lejos de haber terminado. Durante la última semana, como un eco irónico al final de una novela de terror, estoy lavándome las manos MAL (Lo contrario al bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto según nuestra RAE) en mis intercambios de clase universitarios, de manera que acabo mojado por todas partes. Como cualquiera puede saber, es inútil intentar secar la ropa con papel de baño de facultad, así que vuelvo a clase con vergüenza en la cara y una voz en mi cabeza.

Lo saben.
Lo saben.
Lo saben.

lunes, 18 de abril de 2016

a propósito de Angry Birds


En el 2009, cuando la fiebre de los smartphones había traído consigo la fiebre de los juegos de móvil (una segunda ola, como mínimo, la gente flipaba mucho con el Snake), Angry Birds fue la superestrella. El juego, si es que alguien en el mundo libre no lo ha jugado, trataba sobre unos cerdos que robaban unos huevos de pájaro. Los pájaros, enfadados, se vengaban de los secuestradores destrozando todo lo que habían construido y asesinándolos (desconozco si al final se hacía referencia a la cantidad de cadáveres que habían dejado por el camino, me aburrí bastante pronto). En su momento recuerdo pensar que el tremendo éxito se debía a alguna clase de catarsis por parte de una sociedad harta de ver cómo se llevaban todo lo que creían que era suyo y que necesitaba una válvula de escape para sus sentimientos revolucionarios, una especie de Club de la lucha para las nuevas generaciones (este pensamiento puede no ser mío propio, puedo haberlo leído en alguna parte, me parece demasiado maduro y complejo para lo tonto que era yo por aquella época pero ya me rayaba bastante en la ESO).

Como he dicho, a mí el juego no me gustó mucho, me parece aburrido y, sobre todo, era realmente malo, pero resonó potentemente entre la gente de mi generación. El muy honorable salón del manga de Murcia estaba lleno de merchandising del tema y he perdido la cuenta de las mochilas que he visto en mis centros educativos, incluida la universidad (!). En wikipedia aparecen citas que lo describen como el juego freemium (al parecer es una palabra) más descargado de la historia y el mayor éxito de una app que hayamos visto. Se han estrenado dos series de animación basadas en el videojuego, Angry Birds Toons y Piggy Tales. Ayer, en el vestíbulo del cine, vi un cartel de la muy inminente adaptación cinematográfica homónima, prevista para mayo del presente año y yo me sigo preguntando: ¿a alguien le importa?

Nuestra cultura excesiva provoca la existencia de éxitos masivos pero de perdurabilidad casi inexistente. La reciente noticia de que James Cameron planea estrenar la segunda parte de Avatar en 2018 y terminar la saga en 2023 (es decir, catorce años después del estreno de la película original) ha llevado a numerosos críticos a comentar su casi invisible poso en la cinematografía a pesar de ser la maldita película más taquillera de la historia. En mi experiencia, Avatar fue una película anunciada de forma absolutamente hiperbólica, hablando de total revolución cinematográfica en una época en la que todavía se hacían comparaciones con Ciudadano Kane de forma no irónica, pero a nadie pasó de gustarle más de lo justo.

Soy incapaz de imaginar la actitud que tendrá un muchacho de catorce años ante Avatar 5: El retorno de la silla de ruedas ni sé si The Angry Birds Movie me gustará a mí o a la chavalada (hay posibilidades, el guionista es Jon Vitti, autor de grandes capítulos de Los SimpsonEl show de Larry Sanders y, ejem, las dos primeras de Alvin y las ardillas) pero me da la impresión de que, en este mundo en el que si mi padre me manda un meme sobre la derrota del Barça dos días después del partido yo ya lo veo viejo, el cine simplemente no se hace lo suficientemente rápido para nosotros.

lunes, 4 de abril de 2016

a propósito de las películas de Daft Punk


(La trama de las dos películas de ficción en las que han participado activamente Daft Punk y que se discuten aquí es mínima y casi prescindible, no creo que mis spoilers afecten mucho al disfrute de ellas pero haberlos haylos y en gran cantidad)

Daft Punk son Guy-Manuel de Homem-Cristo y Thomas Bangalter, amigos del instituto que en 1993 empezaron a hacer techno. Son uno de los grupos más exitosos de nuestro tiempo, imprescindibles en la celebración del house francés y en la deriva de lo indie y lo alternativo desde el rock hacia la música de baile. Tras varios años de pseudoscuridad en el aspecto personal, en el 2001 finalmente adoptaron la caracterización de robots y, como J.D. Salinger o Terrence Malick antes que ellos, se apartaron de la vida pública, siendo plenamente conscientes, entiendo, de las contradicciones que conlleva intentar pasar desapercibido o que la gente se centre exclusivamente en la música cuando vas con una máscara metálica (lo que los situacionistas comentaban con lo del espectáculo del rechazo y todas esas movidas).


Como método de liberar sus pretensiones artísticas más allá de la música, en 2003 estrenaron Interestella 5555: The 5tory of the 5ecret 5tar 5ystem (disponible en youtube) como complemento a su ultra-superventas disco Discovery. Interestella es una película de anime (coproducción francojaponesa) producida por Toei Animation (al parecer un estudio bastante mítico, yo de esto sé bastante poco) dirigida por un tal Kazuhisa Takenouchi y escrita por Daft Punk y Cédric Hervert (colaborador recurrente del grupo). Trata sobre un grupo alienígena que lo peta muchísimo con un temazo como One More Time, lo que les lleva inevitablemente a ser secuestrados por un pérfido mánager que les implanta dispositivos de control mental y los somete a diversos procedimientos para que parezcan humanos. La banda (The Crescendolls) es explotada salvajemente hasta que un antiguo fan les libera del control mental y consiguen regresar a su hogar. El subtexto es bastante obvio y la película no deja de ser una serie de videoclips unidos por una trama (no hay diálogos y apenas aparecen algunos efectos sonoros externos al disco) pero plantea algunas ideas divertidas (todos los músicos célebres de nuestra Historia provienen del espacio exterior) y su animación retro es bastante encantadora. Su disfrute depende en gran medida, por tanto, de lo que te gusten Daft Punk y su Discovery, si es posible que exista alguien que no lo flipe con Harder, Better, Faster, Stronger o Digital Love.


Mucho más interesante es su segunda incursión en el cine de ficción, Daft Punk's Electroma (también disponible en youtube, en una versión con buena calidad y otra que parece ripeada de un VHS, es decir, mucho más "fea" pero con una textura bastante guay que le pega bastante [por mí que metan en la cárcel o maten a todos los que suben películas a Internet, eh]), esta vez dirigida por ellos, estrenada en el Festival de Cannes de 2006. El proyecto nace como una sucesión de videoclips para su disco Human After All pero en la película final no aparece ninguna canción del grupo. En Electroma Daft Punk, no interpretados por ellos mismos sino por dos actores con sus ropas, vagan por un mundo de robots y, como en Interestella, se someten a unos procedimientos para aparentar ser  humanos (en una escena magistral y aterradora con un claroscuro potentísimo), fracasando estrepitosamente en el intento y siendo expulsados del pueblo en el que estaban. Tras ello empiezan a caminar por el desierto y, al cabo de un rato, el robot Thomas Banglater pide (o algo así) a su compañero que lo desconecte, explotando de forma espectacular. Al tiempo el robot Guy-Manuel de Homem-Cristo intenta desconectarse a sí mismo después de un conflicto interno expresado sin palabras a través de saltos de eje (es decir, solo hay un robot pero el encuadre hace parecer que hay dos robots iguales mirándose el uno al otro) pero le resulta imposible, por lo que rompe su máscara y utiliza un fragmento de cristal para prenderse fuego. La película no contiene diálogos y está dentro del rollo experimental del Elephant de Alan Clarke o las películas de andar de Gus Van Sant; se resiste a gustar pero puede ofrecer grandes satisfacciones a los amantes del cine contemplativo o los que gusten de ver robots antropomórfos por las arenas californianas.

El discurso de Daft Punk cambia en tres años de a) "somos algo mucho más mágico e interesante que humanos y debemos escapar de ese calificativo" a b) "todos somos robots y nuestro objetivo último es conseguir acercarnos lo más posible a lo humano". El pesimismo del grupo también puede verse en el cambio de los hits synth-pop del Discovery a las canciones mucho más oscuras del Human After All (como Technologic o Robot Rock) y a mí, personalmente, me da bastante mal rollo.