Una idea fundamental en la Historia del Arte, y que es bastante evidente pero no demasiado obvia, es que no importa tanto la obra en sí sino la manera en que esa obra llega a nuevos artistas, que la toman en su acervo, la reinterpretan, la resucitan, etcétera. Mi ejemplo favorito: los renacentistas tomando como ejemplo de pulcritud, pureza y orden (e incluso valorando esas ideas en primer lugar) a raíz del descubrimiento o redescubrimiento de las esculturas de la antigüedad clásica. Estas esculturas, policromadas según sabemos en 2016, habían perdido todo color ya en el siglo XIV debido al paso del tiempo y a la paupérrima conservación (si existía siquiera tal concepto, aquí confieso mi ignorancia). Imaginar los derroteros de la cultura y el arte si el color de esas estatuas y esos templos se hubiese mantenido a través de los siglos es un ejercicio bastante divertido que recomiendo para momentos que debieran ser dedicados a cuestiones más (inminentemente) importantes. Hay innumerables ejemplos de interesantísimas interpretaciones divergentes del sentido original o intencionado de una obra promovidas por deformaciones, roturas o errores de traducción, pero la que seguramente más me interesa es la que se produce en los documentales de Adam Curtis.
Adam Curtis nació en 1955 y lleva desde 1983 haciendo películas y series, casi siempre para la BBC y casi siempre de longitud megalítica, en las que intenta analizar las causas y los barros que han causado los lodos de la contemporaneidad. Sus películas más célebres (como The Century of the Self, The Power of Nightmares u All Watched Over by Machines of Loving Grace, todas recomendadísimas y una de las grandes influencias -directa e indirectamente- de este blog) trazan una especie de historia secreta del siglo XX a través de personajes poco conocidos pero cuyas ideas han resultado imprescindibles en el pensamiento y sociedad posterior a través de imágenes de archivo, trazando relaciones que a priori pueden parecer aleatorias (por ejemplo, ¿cómo el nacimiento de la ciencia de la ecología ha desembocado en que pensemos que nuestra implicación individual en determinados problemas sociales o políticos es inútil?). Los documentales de Curtis están alejados del maniqueísmo (de hecho su gran tema es la problemática de simplificar la realidad y lo fácilmente monetizable que es esa perspectiva por los poderosos) pero son altamente subversivos y combativos: llama mentirosos, estafadores y casi asesinos a Reagan, Thatcher, Cameron, Bush, miembros de sus respectivos gabinetes con nombres, grandes empresarios y apellidos y hasta a la propia BBC sin ninguna clase de pudor. Su intención es contarnos qué ha pasado, por qué ha pasado y quiénes y por qué han querido impedir que esa información haya llegado a nosotros.
La filmografía de Adam Curtis no puede ser adquirida, no hay DVDs de sus documentales. Los últimos pueden verse en el reproductor online que ofrece la BBC pero de The Power of Nightmares para atrás hay que limitarse a grabaciones en VHS que gente hizo en su momento y que se ha dignado a subir a Internet. La razón de esta ausencia de su obra probablemente tenga que ver con temas de derechos de autor de imágenes utilizadas pero es fácil ponerse en tesituras conspiranoicas al haber visto o conocer las temáticas de estas películas. Por eso es tan interesante ver hoy The Century of Self con esa textura granulada y corrompida, le añade una dimensión estética mucho mayor al documental y hace que parezca que somos revolucionarios de un mundo distópico, viendo copias de copias de copias realizadas con la intención de Difundir el Mensaje, que todavía hay secretos por desvelar y tiranos por derrocar. Creo que Curtis es plenamente consciente de esta deriva que han tomado sus documentales y por eso su última obra, Hypernormalisation, que es hija, obviamente, de los estándares de alta definición actuales aunque sea dentro de las posibilidades del archivo, comienza como si fuese un vídeo analógico. Como Miguel Ángel esculpiendo el Moisés sin siquiera pensar en ponerle color, Adam Curtis trata de recrear una estética nacida del accidente.
primer fotograma de Hypernormalisation (2016)