jueves, 21 de enero de 2016

a propósito del Mountain Dew


El Mountain Dew ha sido lo mejor que me ha pasado este 2016. Es una bebida carbonatada propiedad de PepsiCo a la que yo defino como el matrimonio celestial entre la Fanta de limón (mi bebida carbonatada favorita hasta El Descubrimiento) y el Sprite (o el 7Up, no lo tengo demasiado claro porque siempre los confundo, el que sea de los dos que resulte ser mi preferido). Todavía no es muy popular en España, desde luego no en Murcia, donde todavía encuentro establecimientos de alimentación generalmente regentados por inmigrantes asiáticos en los que no está disponible. Yo compro casi una botella de quinientos centilitros cada dos o tres días de media y siempre que puedo ofrezco a mis amigos, compañeros o colegas con la intención de convertirlos, que se convierta en bebida de moda y que la muy grande y muy honorable PepsiCo nos traiga alguna de las quince variedades que, aparte del Mountain Dew tradicional cuya receta sigue inmaculada desde 1958, se venden actualmente en algún punto de este mundo según una consulta rápida en wikipedia (que también me informa de que tiene cafeína, lo que desde luego explica el ímpetu con el que estoy escribiendo esta entrada en este momento porque en estas dos últimas horas me he tomado un litro entero, pensando inocentemente que era simple gaseosa ultrazucarada con extracto de jugo de limón o cítrico similar, aunque para ser honestos mi ímpetu se debe al menos en una parte importante a mi amor puro por esta bebida porque no recuerdo haberme visto afectado por la coca cola nunca y apenas por bebidas de carga superior como Red Bull o Monster [o Rockstar, a la que también fui muy aficionado un tiempo pero que creo que ha desaparecido del mercado o al menos de los locales regentados por inmigrantes asiáticos que suelo frecuentar]). He recibido bastantes respuestas distintas pero el resultado general es positivo así que la sigo recomendando; de hecho creo que soy mucho mejor representante público de la marca que cualquiera que sea la empresa que ha diseñado el póster promocional que se ve en determinados establecimientos, un póster en el que se ve a la botella de medio litro montando en un monopatín, algo tan abusrdo, tan cutre, tan Poochie, que tiene que ser una maniobra postirónica ("hago algo cutre pero sé que es cutre y sé que tú sabes que es cutre y que yo sé que lo sabes, así que ríamonos los dos y bebamos Mountain Dew porque la vida no tiene sentido y el mercado laboral es desastroso") que es definitivamente demasiado vanguardista y moderno para llegar a un público generalista (a mí, que digamos, "lo pillo", me parece un poco de mal gusto, ese rollo no me va demasiado).

Pero reconozco que si llegué a Mountain Dew no fue por mi ansia obsesiva de probar cada refresco que existe en esta bendita Tierra, de alguna manera ya sabía que me tenía que gustar porque había sido objeto de obsesión de un objeto de obsesión particular, el cantante Daniel Johnston. Johnston es un cantautor de California que en 1981 empezó a grabar música por su cuenta en cintas (muchas veces regrabando cintas de contenido religioso por ser más baratas que las vírgenes) y a entregarlas a cada persona que se encontraba por Austin, Texas; su bipolaridad y esquizofrenia hacen que muchas veces se hable de él como otro artista maldito por la enfermedad mental, inevitablemente ligada a la genialidad etcétera etcétera, pero lo cierto es que no hace falta romantizarlo en absoluto, Daniel Johnston ha compuesto canciones bellísimas y honestas y ha inspirado a una gran parte del movimiento de música alternativa, empezando por sus ocasionales compañeros Sonic Youth o Nirvana. En uno de sus internamientos en un asilo mental, Johnston grabó una canción sobre el Mountain Dew y comenzó una campaña unipersonal por la introducción de esa canción en la publicidad de la bebida (esta canción apareció por primera vez en el documental The Devil and Daniel Johnston, que es estupendo y que se puede encontrar subtitulada en Youtube si creéis en vosotros mismos).



La canción es, como casi todas las de Daniel Johnston, divertida e infantil pero también melancólica y un poco como si hubiese salido de una película de terror, el factor acapella es particularmente inquietante, aunque comprensible debido a la carencia general de instrumentos en los psiquiátricos. Sus versos "We drink Mountain Dew/ we drink Mountain Dew / there is nothing better to do / than drink Mountain Dew" recuerdan poderosamente a lo que cantaban los Ramones en Now I Wanna Sniff Some Glue: "All the kids wanna sniff some glue / all the kids want to have something to do". La relación beber refrescos/esnifar pegamento no me parece una locura: las dos me parecen maneras de obtener placer que no puedo ver en gente mayor que yo sin considerarlos un fracaso en mayor o menor medida. Cuando tenga cincuenta años espero beber whiskey bicentenario y esnifar cocaína traída directamente desde lo más profundo de la jungla colombiana pero de momento dejadme con mi Mountain Dew y mi pegamento porque tengo dieciocho años y realmente no tengo otra cosa mejor que hacer.

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