miércoles, 20 de abril de 2016

a propósito de la falsedad que puede nacer del acto de lavarse las manos


Cuando en 2012 pasé unas semanas en Inglaterra -algo que entre mi círculo de adolescentes de clase media-alta, estudiantes en colegio privado-concertado y habitantes de la zona norte de Murcia era casi una tradición o un rito iniciático- me ubicaron en la academia a la que asistí en una clase con gente adulta, jóvenes metropolitanos que recientemente habían terminado sus carreras en el mundo de las humanidades o la economía (dos modelos de personalidad fácilmente identificables) y querían ponerse al ritmo del siglo XXI con un inglés británico adecuado para el aterrador mundo laboral. Ante esta situación, mi adolescente psique se vio altamente presionada por no quedar como un niño, un ignorante o un gilipollas delante de esas personas (algunas de las cuales eran, en los momentos más febriles de mis fantasías, posibles objetivos amorosos), lo que me llevó a numerosas situaciones sociales incómodas fruto del "intentarlo demasiado" sobre el que tanto nos ha advertido la ficción sobre adolescentes.

Al segundo día de estar ahí me ausenté del aula en un intercambio para ir al baño y orinar, con tan poco cuidado que mojé levemente (pero de forma completamente visible) la parte baja de la camiseta. Para intentar disimularlo, al lavarme las manos me sequé en la ropa, de forma que la orina quedaba disimulada entre el resto del agua que había mojado mi camiseta (pensando en ello me sale solo definir esta estrategia como "la típica", pero nunca he hablado de esto con nadie, no tengo ni idea de si es una idea inventada por mí o si es de dominio público, como indica su absoluta sencillez). Estuve bastante pendiente a la vuelta del baño y juraría que nadie se dio cuenta de la jugada que había hecho, no hablemos de decirme algo, pero aún así mi agonía psicótica estaba lejos de terminar. A partir de entonces cada vez que iba al baño me veía obligado a volver a usar la camiseta como toalla, independientemente de mi puntería, como si quisiese mostrar que era una persona completamente normal pero con un defecto motriz a la hora de lavarme las manos. Sentía que si de repente mi camiseta salía completamente seca del baño una alarma saltaría en la mente de mis compañeros diciendo "se meó aquel día".

Más allá de estas situaciones, mi estancia en las Islas fue casi demasiado placentera, aunque confieso que todavía hoy pienso en que ya no tengo que pasar por ese estrés y resoplo de tranquilidad. Sin embargo, la pesadilla está lejos de haber terminado. Durante la última semana, como un eco irónico al final de una novela de terror, estoy lavándome las manos MAL (Lo contrario al bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto según nuestra RAE) en mis intercambios de clase universitarios, de manera que acabo mojado por todas partes. Como cualquiera puede saber, es inútil intentar secar la ropa con papel de baño de facultad, así que vuelvo a clase con vergüenza en la cara y una voz en mi cabeza.

Lo saben.
Lo saben.
Lo saben.

4 comentarios: