Por coincidencias del destino, macabros programadores o sincronías jungianas, Televisión Española emitió en dos días consecutivos el paradigmático film propagandístico español Raza, escrito por Francisco Franco, y Malditos Bastardos, quizás el mejor ensayo sobre la potencia bélica de una película. Quisiera ser el abogado del diablo y defenderla como si fuese Sid Vicious llevando una camiseta con la esvástica estampada pero no puedo engañar a nadie, Raza es una película terrible, desastrosa en guión y realización, llena de los elementos más abstractos y desagradables de la ideología franquista y, vista en 2016 (claro está), resulta absolutamente ineficaz como artefacto propagandístico -por amor de Dios, el discurso final no lo realiza El Chico sino un republicano converso (!!!). La película fue programada dentro del espléndido programa Historia de Nuestro Cine con toda la razón del mundo (a pesar de ciertos comentarios despectivos por parte de la izquierda más desnortada) ya que forma parte de nuestra historia pero es, definitivamente, una mala película. Por otro lado, Malditos Bastardos, y aquí también sigo la línea de pensamiento general, es una grandísima película que en última instancia nos habla del papel de la cinematografía como elemento armamentístico (superando cualquier clase de sutileza en el planteamiento, es el cine lo que literalmente asesina a la cúpula nazi) y, también, como elemento capaz de alterar la realidad y, por lo tanto, la historia.
La unión de estas dos películas en un espacio temporal tan mínimo me hizo querer dedicar una entrada al cine de propaganda y, en mi afán de traeros reflexiones bien fundadas, decidí enfrentarme al gran clásico del cine nazi, la obra maestra de la pionera del documental Leni Riefensahl
El triunfo de la voluntad cuando, por extraña inspiración, me di cuenta del paralelismo que se establece con otra de las grandes películas para masas:
La guerra de las galaxias.
El título de la película,
un texto que nos coloca en situación
y, finalmente, el plano aéreo de un avión.
Esto es, definitivamente, una coincidencia, nadie jamás en el mundo libre se atrevería a homenajear a esta película en particular pero es curioso, sobre todo teniendo en cuenta que George Lucas fue expulsado del Sindicato de Directores de América (DGA) por querer empezar
así, en lugar de con los créditos iniciales, el estándar por aquel momento. La simbología nazi ha sido utilizada potentemente en la última entrega de la saga (
El despertar de la Fuerza) pero todo parece indicar que Lucas relacionaba el Imperio Galáctico más con Nixon, los Estados Unidos y su intervención en Vietnam que con la Segunda Guerra Mundial (aunque, curiosamente, el primer montaje que se enseñó a los ejecutivos de 20th Century Fox, antes de que los efectos especiales estuviesen listos, sustituían las escenas de combate entre naves por imágenes aéreas de la Segunda Guerra Mundial).
Sin embargo sigue siendo interesante fijarse en los puntos que unen ambas películas. El triunfo de
El triunfo de la voluntad es, ejem, su voluntad nacionalsocialista: el único motor de esta entretenidísima película en la que realmente no pasa nada es la pura convicción ideológica del equipo de realizadores; al contrario que con
Raza, que nos hace preguntarnos cómo ese hombre pudo convencer por tanto tiempo a un país,
El triunfo de la voluntad nos obliga a pensar si era posible no ser nazi en Alemania en 1934, si existía alguna ideología alternativa que realmente pudiese resultar válida. De forma análoga, y según el libro de Peter Biskind
Moteros tranquilos, toros salvajes, George Lucas tuvo que ser realmente persistente en que los actores de su película evitaran cualquier clase de ironía a la hora de recitar esos diálogos que consideraban tan ingenuos, fantasiosos y, desde luego, alejadísimos de cualquier película que se estuviese haciendo en Estados Unidos en esos años (como muestra, los nominados al Oscar a Mejor Película del año anterior al estreno de Star Wars fueron
Todos los hombres del presidente, Rocky, Taxi Driver, Network y
Esta tierra es mi tierra); tuvo que insistir para que hablasen de cosas como "la Fuerza" como el resto de actores hablaban de problemas políticosociales y conflictos psicológicos. Esto le costó horrores (de hecho dejó la dirección de cine hasta el 99) pero podemos decir que fue bastante exitoso y, así, a través de la convencimiento absoluto en lo que estaba haciendo, cautivó a todo Occidente al igual que Leni Riefenstahl había logrado cautivar a toda Alemania para la Causa Nacionalsocialista. No deja de ser gracioso que mientras los punks se pintaban esvásticas en sus chaquetas, Star Wars se convertía en una de las piezas culturales más importantes de nuestra historia reciente.