jueves, 10 de marzo de 2016

a propósito del Asesino del Zodiaco


A finales de los años sesenta se produjeron una serie de asesinatos en el estado norteamericano de California, entre cinco y treinta y siete según la fuente, que se adjudicaron a un supuesto Asesino del Zodiaco (o Zodíaco, ambas valen) de identidad aún desconocida. Sus extraños mensajes cifrados enviados a los periódicos locales, las llamadas a programas de televisión, sus amenazas a los autobuses escolares y sus constantes referencias a la cultura popular le hicieron conseguir una popularidad casi sin precedentes que, junto con su afición a recoger autoestopistas, su ideología basada en el puro odio y el homo homini lupus y su residencia en una zona tan liberal como la de San Francisco le hacen estar ahí arriba en el panteón de eventos que asesinaron el sueño hippie alrededor de 1969, con las actividades de Charles Manson y familia y el concierto gratuito de los Rolling Stone en Altamont en el que los Ángeles del Infierno, contratados como cuerpo de seguridad, acabaron con la vida de Meredith Hunter.

Pero no deberíamos engañarnos, el Asesino del Zodiaco es (o fue) un psicópata fascinante, una personalidad interesantísima y un caso digno de obsesión, pero un asesino en serie más bien mediocre. Cinco víctimas confirmadas es casi una broma y su chulería clamando treinta y siete asesinatos peca de humildad -quizás lo único imperdonable en una ocupación como la suya-. Dejó varios testigos no solo vivos, sino capaces de describir su voz y presencia física con todo detalle. Parece bastante claro que a nuestro Zodiac le interesaba mucho más leer sobre pánico e imitadores o ver a gente por la calle con chapas en las que afirmaban no ser Paul Avery, periodista encargado de su caso, a fin de que la ira del asesino no cayese de forma injusta sobre ellos. Cualquiera que haya profundizado más o menos en su perfil no tiene ninguna duda de su profunda obsesión con la idea de celebridad, esencialmente un concursante de Gran Hermano que tuvo la mala suerte de nacer antes del imperio de la telerrealidad. Si ha sido inspiración de tantas películas (dos especialmente buenas: Harry el sucio -que vio- y Zodiac -que podemos conjeturar sobre si vio-) y consiguió ser imitado por dos asesinos noventeros (Heriberto Seda en Nueva York y el niño de catorce años Ayaka Yamashita en Kobe) que pretendieron un revival frustrado policialmente fue mucho más por su labor de relaciones públicas que por sus habilidades como segador de vidas.

El Asesino vuelve a estar más o menos de moda por ese meme que prolifera en Estados Unidos en las redes sociales (twitter y tumblr sobre todo, dada su cara más festiva, joven e izquierdista, si es que estos rasgos pueden ser separados) sobre su posible identidad: no otro que Ted Cruz, candidato a la presidencia del Partido Republicano eclipsado constantemente por su rival Donald Trump, en los medios españoles al menos. Lo que comenzó como una broma sin demasiado sentido ha terminado con un 38% de los habitantes de Florida creyendo que era posible que Ted Cruz fuese el Zodiaco y un 10% absolutamente convencido de ello. En el artículo que dedica el Washington Post a desmontar esta teoría basándose en ideas como que él nació en 1970 mientras que el primer asesinato confirmado fue en 1968 o que en aquella época vivía en Canadá y no en California se puede leer «A Internet le gusta hacer bromas. [...] Hemos destapado el poder de un mundo interconectado y esto es lo que hemos conseguido.»

Según la fundamental Know Your Meme (que incluye una galería de imágenes bastante graciosa sobre el tema) la primera relación entre Ted Cruz y el célebre asesino data de un twit del catorce de marzo (¡mi cumpleaños!) de 2013; el quince de diciembre del 2015 se creo la página de facebook «Ted Cruz is the Zodiac Killer» y, por fin, una petición de @vrunt logró que la idea apareciese en televisión: las palabras relacionadas con Ted Cruz más buscadas en Google habían sido «Is Ted Cruz the Zodiac Killer?». Yo entiendo la broma como una parodia de los ataques loquísimos de la derecha estadounidense contra Obama, sobre su posible islamismo o su falsa nacionalidad, por ejemplo, pero esencialmente si la cosa ha llegado hasta tales puertos es, definitivamente, porque es extremadamente gracioso que uno de los asesinos más famosos de la historia quiera ser presidente.

En España hemos tenido una idea más o menos en la misma línea sobre el posible o plausible consumo de cocaína por parte del líder de Ciudadanos Albert Rivera, pero de un carácter mucho más suave y relajado. Al fin y al cabo parece raro que alguien dejase de votar a un candidato por lo que haga en su tiempo libre siempre y cuando no interfiera en su trabajo, algo bastante improbable ya que le hemos visto discutir sus ideas numerosas veces en televisión pero nunca robarle las joyas a su madre para poder drogarse. También se ha comparado su figura con la del falangista Primo de Rivera, pero nunca como algo real y siempre como una tontería perpetrada por los sectores con menos gracia de la izquierda. Si nos hemos mantenido tan flojos a la hora de identificar El Mal con nuestros políticos no ha sido, desde luego, porque no disfrutemos del humor de mal gusto o porque no haya gente que elegir. Si no hemos relacionado a Pablo Iglesias con la desaparición de Marta del Castillo o hemos encontrado un parentesco común entre Rajoy y José Bretón es, sencillamente, porque nuestros malvados son mucho más vulgares.

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